Siempre debemos tener tiempo para detenernos, tomar un
respiro y mirar hacia atrás.
Ahora lo estoy haciendo. Ha pasado un montón de años y
cuando yo hablo de un montón de años, lo hago con la propiedad del caso. Casi
siento el tiempo como un pergamino seco que se cuartea ante mi examen. Ha sido
una ruta parecida a la que sorteó Perseo o la que sentenció a Jack Torrance.
Larga y tortuosa, llena de recuerdos.
Todo comenzó en la década de los ochenta, cuando éramos un
grupo de escritores de Ciencia Ficción que teníamos la ilusión de promocionar el querido género. Nos
organizamos e interpretamos lo mejor que podíamos el papel de pioneros en un
ámbito universitario que afortunadamente era bien propicio. Publicamos una
revista y organizamos un concurso literario durante muchos años. Reunimos a un
grupo de gente que escribía historias fantásticas y creamos una suerte de
cofradía de literatos algo soñadores. Como todo lo que se echa a andar, esta
creación adquirió masa e inercia en su movimiento.
Pronto la criatura exigió más, demandó ver el mundo y no
quedarse recluida entre los muros de la universidad. En ese momento, los
miembros de ese club de Ciencia Ficción llamado UBIK decidimos elaborar una
antología con las mejores historias publicadas en la revista y los mejores relatos
de los que habían participado en los concursos literarios. Esa publicación
vendría a ser un reflejo de lo que se estaba escribiendo en Ciencia Ficción en la
Venezuela de las postrimerías del siglo XX. Tampoco es que el acervo
bibliográfico del género en Venezuela fuera muy profuso, lo que era otra razón
para embarcarnos en la iniciativa.
Se trabajó en la selección y corrección de los textos. Se
buscaron editoriales. El proyecto se estrelló y no hubo sobrevivientes; bueno,
casi no hubo sobrevivientes. En ese momento había otras prioridades.
Estudiantes que querían graduarse. Graduados que tenían que trabajar.
Trabajadores que tenían una vida. Así fue como los restos del proyecto quedaron
engavetados en los archivos de UBIK y fueron mudados con el resto de los
enseres de oficina todas las veces que la sede del club fue trasladada de un
sitio a otro en los siguientes 25 años. En algún momento, los papeles de la
antología se extraviaron y lo único que quedó fue su recuerdo. Aunque eso no fue
lo único que se perdió.
En todo ese tiempo, la idea quedó sembrada en la mente de
algunos de los miembros de UBIK mientras deambulaban por eso que se llama vida.
De vez en cuando alguno de ellos arrojaba un pedazo de madera en el fuego y
mantenía encendida la llama. Sin embargo, en el camino poco a poco fueron quedando
los cuerpos de los caídos. Casi todos esos nombres que poblaron aquella
malograda antología se perdieron. Se detuvieron durante la travesía posterior a
la debacle y se decidieron por otras metas, abandonaron el camino literario y
cambiaron una promesa por otra. No es culpa de nadie, la vida es así. Aún los
recuerdo: sus maneras, sus giros y el tono de sus escritos. Fósiles impresos en
mi memoria.
Hoy la idea se plasmó en una nueva antología: la antigua, como
ya dije, estaba perdida. Después de una cantidad de tiempo que se antoja dilatado
o breve, dependiendo del punto de vista, se edita una antología de Ciencia
Ficción de autores venezolanos. Son otros nombres, otras obras. Nadie recordará
el camino que hemos transitado, salvo yo y esta nota que he escrito. Por eso
siempre es saludable detenerse y echar un vistazo hacia atrás.
La antología, “12 grados de latitud norte”, se publica
gracias a Ediciones Ubikness, giro quizás pícaro de esta historia.