El mejor reflejo
El gran campeón fue el vencedor en todas las pruebas que se habían interpuesto en su camino, pero al final fracasó, su narcisismo incurable lo ató al espejo que estaba en la antecámara del tesoro.
Laberinto
—¡Amigos!, ¿cuál de todos soy yo? —gritaba el hombre atrapado en los reflejos de dos espejos enfrentados.
Reflejo sospechoso
Al mirar mi reflejo en el espejo no pude reprimir un grito de espanto. Aquel hombre era mi asesino y yo estaba en la escena del crimen.
El espejo de mi madre
Mi madre siempre me peinaba frente al espejo. No había nadie como ella para cuidar mis hermosos rizos dorados. Todavía hoy, tantos años después, me siento en la vieja mecedora para que ella desde el otro lado del reflejo peine mis canos cabellos… como nadie puede.
... y un bonus point sobre el tema de los espejos que apareció el 5 de junio en Químicamente impuro: http://quimicamenteimpuro.blogspot.com/2011/06/infierno-jorge-de-abreu.html
11 de julio de 2011
15 de febrero de 2011
No apagues la luz
Todo el mundo siempre me ha dicho que apague las luces.
Lo comenzó diciendo mi madre y al poco tiempo también mi padre, cuando apenas yo sabía contar hasta cinco. Luego mi hermana me lo gritaba tantas veces desde la habitación del frente, cuando la madrugada era más fría, que terminaba por azotarle la puerta sin importarme dejarla sola en la oscuridad. Siempre fueron los zumbidos de los mosquitos que deseaban la quietud nocturna en aquel apartamento de soltero. Después fue una esposa que necesitaba la intimidad de una noche total. Hasta mis hijos lo comentaban desde el pasillo, intercambiando miradas nerviosas, cuando me veían frenético cambiar la bombilla quemada. Ahora no queda nadie, salvo esa voz que me susurra quedamente.
Apagar las luces, dejar a las sombras el derecho sobre estas horas.
Pero no, no quiero que aquello entre, campeando en las tinieblas, y duerma en mi habitación.
Lo comenzó diciendo mi madre y al poco tiempo también mi padre, cuando apenas yo sabía contar hasta cinco. Luego mi hermana me lo gritaba tantas veces desde la habitación del frente, cuando la madrugada era más fría, que terminaba por azotarle la puerta sin importarme dejarla sola en la oscuridad. Siempre fueron los zumbidos de los mosquitos que deseaban la quietud nocturna en aquel apartamento de soltero. Después fue una esposa que necesitaba la intimidad de una noche total. Hasta mis hijos lo comentaban desde el pasillo, intercambiando miradas nerviosas, cuando me veían frenético cambiar la bombilla quemada. Ahora no queda nadie, salvo esa voz que me susurra quedamente.
Apagar las luces, dejar a las sombras el derecho sobre estas horas.
Pero no, no quiero que aquello entre, campeando en las tinieblas, y duerma en mi habitación.
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