Hay quien dice que las actualizaciones de mis publicaciones son poco frecuentes... y no puedo decir que no haya algo de verdad en ello. Por eso parte de mi editorial en el Necronomicón número 22 se refirió a ese aspecto poco halagüeño de mi labor de editor:
"Me gustaría pensar, aunque sé que no es el caso, que el Necronomicón es como aquellos viejos conocidos que tenemos años sin verlos y que de pronto nos llaman por teléfono o nos tocan a la puerta en un imprevisto e improbable sábado por la tarde. Levantamos el auricular o abrimos la puerta y… ¡sorpresa! Allí están como si el tiempo no hubiera pasado..."
"Me gustaría creer que la llegada del Necronomicón despierta en los lectores esa alegría por los viejos conocidos y la nostalgia de los recuerdos que trae el reencuentro. Pero también es muy probable que el amable lector deje de serlo en el preciso momento en que apelo a su indulgencia, y quiera sumarse a una entusiasta masa indignada y vociferante, armada de antorchas, hoces y
tridentes, clamando por la cabeza del editor-monstruo que se oculta en el granero. Nada como una catarsis colectiva ante un editor indolente para regodearse, en la calma y el sosiego de las brasas humeantes, con una buena lectura."
(…)
"Así que mientras la multitud clama por mi cabeza y yo arrojo por las ventanas del ático los ejemplares del último número del Necronomicón, confío que los lectores sepan ser considerados con el monstruo que medra en el cuerpo de un humano llamado Jorge De Abreu. Un monstruo que aguarda, que escucha los pasos del gentío abrumador que viene por él y que viene por más… Mientras, en el ínterin, entre el ruido de los pasos y los golpes en la puerta, espero que la lectura sea placentera".
Lo cierto es que más tarde que temprano, el Necro (como se lo conoce en los bajos fondos) ya está en línea y llegó con tres cuentos sobrenaturales de Marcelo Nasra, Juan Manuel Valitutti y Magnus Dagon. Para aquellos lectores para quienes las palabras no son suficientes para pasar la noche en vela, las ilustraciones de Juan Raffo, William Trabacilo y Joseín Moros terminarán la labor de ubicar al viajero en la justa dimensión de este caos organizado que llamamos vida.
Pueden leer número completo en: Necronomicón 22.
8 de abril de 2012
19 de enero de 2012
Procedimiento experimental
El científico apretó la garganta de la rata, firmemente, sin soltar la presa. A su lado el cronómetro digital llevaba la cuenta de los segundos y un grabador digital registraba sus observaciones. Lentamente la vida abandonó el cuerpo del roedor. El hombre sintió la flacidez de la muerte.
—El sujeto ha muerto —indicó con suficiencia—. El procedimiento de asfixia mecánica es exitoso cuando se desea acabar con las reacciones metabólicas de un organismo.
Tomó el cuerpo exánime y lo colocó sobre la mesa de disección. Le tomó un par de fotografías para el expediente y cotejó algunos datos de identificación. Continuó la grabación:
—He culminado la mitad del procedimiento en forma satisfactoria. El sujeto siempre muere. Ahora sólo me resta ingeniar un método para devolverle la vida al paciente. Por hoy me siento satisfecho. Fin del registro número mil quinientos cuarenta y siete.
—El sujeto ha muerto —indicó con suficiencia—. El procedimiento de asfixia mecánica es exitoso cuando se desea acabar con las reacciones metabólicas de un organismo.
Tomó el cuerpo exánime y lo colocó sobre la mesa de disección. Le tomó un par de fotografías para el expediente y cotejó algunos datos de identificación. Continuó la grabación:
—He culminado la mitad del procedimiento en forma satisfactoria. El sujeto siempre muere. Ahora sólo me resta ingeniar un método para devolverle la vida al paciente. Por hoy me siento satisfecho. Fin del registro número mil quinientos cuarenta y siete.
16 de enero de 2012
Siracusa
Arquímedes estaba absorto en sus cálculos y no sintió la llegada de la soldadesca. Un militar huraño e ignorante pateó la arena sobre la que el sabio dibujaba ángulos y vectores con una pequeña vara de madera.
—¡No fastidies mis círculos! –gritó el anciano enfurecido y de un salto le clavó la estaca en el ojo.
En algún lugar un engranaje del tiempo chirrió y se saltó un diente.
—¡No fastidies mis círculos! –gritó el anciano enfurecido y de un salto le clavó la estaca en el ojo.
En algún lugar un engranaje del tiempo chirrió y se saltó un diente.
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