27 de abril de 2006

El Hombre Par

El hombre Par es uno de esos recuerdos agradables de la infancia que con el tiempo se hacen cada vez más placenteros y se agrandan hasta parecer cubrir todo el horario de nuestras actividades cuando niños. Era un anime de cuando llamábamos al anime comiquita y no se le prestaba atención a las categorías.
En ese entonces me fascinaba el objeto que Mitsuo, el protagonista, guardaba en el closet. Era toda una nota tener un substituto que realizara esas tareas molestas que a ningún niño le gusta: estudiar, asistir a la escuela (que no debemos confundir con lo primero) y ordenar el cuarto... ¡Listo!, con sólo apretar el botoncito que tenía por nariz el muñeco del closet se convertía en tu copia, fiel y exacta. Luego te podías dedicar a los juegos, mientras tu robot se encargaba del trabajo sucio.
Lo curioso es que a pesar de que ya no soy un niño (aunque mi esposa no piensa igual esa es otra historia) aún estoy deseando conseguirme un robot que se encargue de todas las faenas enojosas que afligen al ser humano. Quiero un robot al que se le pueda apretar la nariz para motivar el mágico cambio: un robot que se parezca a mí y respete las tres leyes de la robótica.
Llegó la hora del recreo.

21 de abril de 2006

Nuestros propios campos de petróleo

Necesitamos patriotas con vocación irracional por la incineración y que sean capaces de responder afirmativamente a las siguientes preguntas:

1. ¿Le sudan las manos, los ojos se le ponen puyúos y el corazón se le desboca cuando ve un fósforo encendido?
2. ¿Su héroe histórico es Nerón?
3. ¿Siempre es el primero en ofrecerse para encender los carbones de la parrilla?
4. ¿De niño le encantaba el cuento de aquel chamo que saltaba y saltaba encima de una vela? y ¿se moría por escuchar una y otra vez la escena donde el lobo caía en el fuego de la chimenea?
5. ¿Usted se muere por las recetas en las que se tenga que flamear el plato?
6. ¿Le fascinan las películas con escenas de persecución con muchas explosiones y que siempre terminan con un carro en llamas?
7. ¿A usted le gustaría que le cantaran el cumpleaños todos los días? ¿Y mientras más años, mejor? ¿O que le contaran las semanas en lugar de los años?
8. ¿Le gusta la comida quemada?
9. ¿Su único dios es una nube piroclástica?
10. ¿Cuándo ve las estrellas sólo piensa en enormes llamaradas?

Prometemos que cuando hayan cumplido con la nación, esparciremos lo que quede de sus cenizas en lo que quede de nuestra patria. Amén.

20 de abril de 2006

18 de abril de 2006

Los errores de Stephen King

Tommyknockers es una novela de Ciencia Ficción. De todas las novelas de Stephen King que he leído, es indudable que ésta se puede definir dentro del género sin ningún esfuerzo.
En Mientras escribo, Stephen King aboga por la concisión. Trata de vendernos a los lectores, aprendices en el gremio de escritores, las bondades de la economía de las palabras. Obviamente, Stephen King ignora con reiterada premeditación sus propios consejos, a lo mejor alguna directriz primordial, desconocida para el resto de los mortales, priva sobre sus decisiones a la hora de arremeter sobre resmas de papel en blanco. Lo cierto es que en la literatura de King abundan los volúmenes gruesos y Tommyknockers no es una excepción.
Cuando se escribe mucho se corren más riesgos de meter la pata. A menos que se demuestre lo contrario, Stephen King sangra cuando se afeita, ergo es susceptible de dejar huellas palpables de su condición humana. Sin embargo, en el universo de las meteduras de pata hay de todo. Desde los errores indefendibles, casos feos, hediondos e imposibles de justificar en un foro, entrevista o cita íntima, hasta los sinuosos y escurridizos que permiten el ejercicio del derecho a pataleo. Este último caso es el que alberga el reino de las opiniones, donde todos tienen la razón y todos están equivocados.
Si no caemos presas de la histeria, podemos dividir los errores del autor en su obra en sólo dos tipos (olvidándonos de los matices y los claroscuros): por un lado los errores objetivos incuestionables (incongruencias en hechos, cifras, cantidades o fechas) y los errores subjetivos, motivo de disputas irreconciliables entre los lectores.
¡Qué pajerío loco, ya pensará más de uno!, y tienen razón. Me he tomado la libertad de definir un criterio de clasificación de errores de escritor que seguramente ya existe en una forma académica y mil veces más preciso, lo he hecho para poder presentar en dos partes la gran tortilla que puso Stephen King en una obra que a pesar de todo me gustó bastante, aunque en el balance general haya quedado out en el plato. La primera sección comienza así:

Sobre los errores objetivos incuestionables.
Hay dos de estos errorcillos en Tommyknockers y me sorprende. No me sorprende porque sean pocos, sino porque son muchos. Me sorprende porque son fáciles de detectar. Si leemos uno y treinta o cien páginas más adelante el autor sin previo aviso nos clava un dos en medio de los ojos, tenemos al frente, literalmente, un problema, es un error y debemos comprobar cuál de las dos es la cifra correcta, algo que no debería ser muy complicado pues sólo requiere atención mientras se lee.
La situación es doblemente sorprendente porque según King sus manuscritos pasan por un ejército de lectores amigos antes de salir publicados y también porque supongo que la editorial tendrá a otro ejército de revisores, correctores, zapateros e ingenieros para expurgar hasta el último pecado que se haya colado entre las letras. No obstante, así como Stephen King es el abogado de la brevedad y se pasa de maraca, también es defensor de la pulcritud y exactitud de la historia, pero parece que a veces deja los manuscritos abandonados en una plaza llena de palomas.
Tommyknockers es una novela de Ciencia Ficción, ya eso lo había dicho, lo sé, y la primera prueba de ello es que hay un platillo volador. Toda la novela gira alrededor del bendito platillo (aunque debería ser al revés si recordamos al Júpiter 2). La acción se desarrolla en Haven, un pequeño pueblo rural del este de Estados Unidos. El platillo está enterrado en el pueblito desde épocas inmemoriales, casi lovecraftianas. El artefacto extraterreste es descubierto accidentalmente y su desenterramiento a lo largo de la larga larga larga larga novela induce cambios físicos y mentales en los pobladores de Haven. Los cambios mentales no interesan en este momento, pero los físicos sí, e involucran la pérdida de la dentadura. No uno, ni dos dientes, sino todos y cada uno de los dientes de las personas afectadas por la influencia del objeto extraterrestre. El resultado final de los cambios físicos no es una sonrisa pepsodent, sino todo lo contrario. Aquí es donde se desliza el primer error indefendible de King.
La protagonista, Bobbi Anderson, ya bien avanzada la trama, y bien avanzada la senda sin retorno de la transformación, ha perdido sus dientes y Stephen King se asegura en múltiples escenas y ángulos de que lo notemos. Sin embargo, en un pasaje posterior leemos con incredulidad Bobbi le sonríe a su antagonista... y su sonrisa está más repleta de dientes que la de un tiburón. Dientes surgidos, sin lugar a dudas, del subconsciente de King, de la convención de normalidad que su ficción siempre busca subvertir... bueno, de eso vive, ¿no?
Claro que soy un obsesivo sin remedio. Es obvio que el caso es un detalle insignificante y también es evidente que Stephen King es humano, pero aún así ese detalle se asemeja demasiado a los errores de producción de algunas películas, cuando aparecen o desaparecen por arte de magia los objetos de una habitación o la camisa del actor cambia de color, de estilo o de estado físico.
Si el error anterior es nimio y me señala como un caso clínico de perturbación mental, el otro desliz de King no es tan vaporoso. Es muy probable que a Stephen King se le hayan subido las letras a la cabeza. El caso fue el siguiente y se refiere a relaciones temporales entre algunos de los tantos personajes secundarios (pues Tommyknockers está repleta de personajes, casi toda la guía telefónica de Haven, en una estructura muy similar a Apocalipsis, otra de sus novelas mamotréticas). Ruth McCausland es una mujer policía que no puede tener hijos y está casada con un policía de nombre Ralph. Debido a su incapacidad para concebir decide rodearse de muñecas y así arma una colección de muñecos de distintas partes del mundo. Ruth y Ralph se habían casado en 1959 y la dicha conyugal se había prolongado en la misma medida en que aumentaba su colección de muñecos, pero todo termina abruptamente en 1973 con la muerte de Ralph. Quizás King no prestó mucha atención a la fecha, total lo importante era la muerte de Ralph y ya estaba perpetrada, el año en que murió era lo de menos. La anacronía se forja gracias a la existencia de otro personaje, un niño (en forma recurrente las historias de King difícilmente pueden obviar la tragedia infantil): Hillman Brown. Debido a que Hilly era un tantín hiperactivo, su infancia estuvo plagada de pequeños desastres. A los cinco años casi muere arrollado por un camión, una repetición de la escena de Cementerio de animales (para que no digan de King que no se repite o que tiene una imaginación inagotable), pero como ya dije no muere, sólo parece que va a perecer. Tan espeluznante es el suceso que su madre, que lo presenció todo, le comenta luego a su esposo que en el momento del accidente había visto hasta la lápida de su hijo: "Hillman Richard Brown, 1978 - 1983, se fue demasiado pronto". Como si fuera necesario, el propio King no quiere dejarnos un resquicio para la duda o para la torpeza en una operación matemática, fija sin ambigüedades el año del nacimiento de Hilly Brown.
El circuito se cierra, o mejor dicho hace corto circuito, mucho mas adelante en la novela cuando el marido de Ruth McCausland rememora el pánico que Hilly Brown sentía por los muñecos de Ruth. ¿Que qué? Me lo repiten por favor... ¿Cómo podía Ralph haber presenciado el miedo de Hilly si había muerto cinco años antes del nacimiento del niño? Para completar el peluquín, en la escena había sido voluntad del pequeño Hilly el no acercarse a los muñecos, lo que implica que el niño podía moverse por sus propios medios (en otras palabras no era un bebecito), lo que aumenta el rango de discordancia temporal.
Esa es la historia de los dos errores inobjetables que detecté en Tommyknockers, sobre las otras apreciaciones que mal pueden llamarse errores sin caerse a trompadas intelectuales, buscaré otra ocasión más propicia.

17 de abril de 2006

Sabiduría popular

En la expectante cuenta regresiva para el mundial de Alemania me llegó esta especie por correo electrónico. Por lo pronto, ni corto ni perezoso, ya cumplí con reenviárselo a mi esposa... guerra avisada no mata soldado.

Para mi Esposa:

1.- Del 9 de Junio al 9 de Julio, lee la sección deportiva del Mundial para que tengas tema de conversación; sino lo haces no te extrañes de que no te hable.

2.- Durante el Mundial la tele es mía, a todas horas, sin excepción. El control. ni lo mires.

3.- Si tienes que pasar frente a la tele durante un partido no me importa, siempre y cuando pases gateando y sin distraerme.

4.- Durante los partidos estoy sordo y ciego. No esperes que te oiga, que abra la puerta, conteste el teléfono, lleve a los chamos al colegio o te ayude en algún trabajo. Nada.

5.- Sería bueno que siempre tengas cervezas en la nevera, en abundancia y le sonrías a mis panas que llegan a ver el fútbol. En agradecimiento, te dejaré ver tele de la media noche a las 6 de la mañana.

6.- Por favor, si me ves molesto porque mi equipo va perdiendo no me digas "no es para tanto" o "en el siguiente seguro ganan"; harás que me moleste más.

7.- Puedes sentarte a ver un partido conmigo y puedes platicarme en el medio tiempo y sólo si hay comerciales. Tampoco abuses, dije UN partido.

8.- Las repeticiones de los goles son muy importantes. No importa si ya las vi o no las he visto, las quiero ver de nuevo, muchas veces.

9.- Que no se le ocurra a ninguna de tus amigotas bautizar al niño o hacer una Primera Comunión un sábado de partido del Mundial porque:
a) No iré.
b) No iré y
c) No iré

10.- Pero si un amigo nos invita un domingo a ver el fútbol ¡Qué gran invitación!, iremos sin dudarlo.

11.- Los resúmenes de la jornada Mundialista durante la noche son tan importantes como los juegos mismos; no se te ocurra decir "pero si eso ya lo viste. ¿porque no cambias?".

12.- Finalmente, ahórrate expresiones como ¡qué bueno que el Mundial es cada 4 años...! estoy inmunizado contra palabras necias. Porque además luego viene la Champions, Copa América, la Liguilla, Liga Española, Italiana, etc.


¡LÉASE Y CÚMPLASE!

15 de abril de 2006

El fin del verbo

En el final de la era de los hombres el último verbo dejaba de serlo. Hacía mucho yacía solitario y poco a poco olvidaba su esencia, pasando a ser sólo un significado plano sin pasado ni futuro. Sin ser, ni estar, sólo cualidad en una dimensión de cosas muertas, sin tiempo. No había nadie presente cuando transmutó, pues hacía eones que las obras de los hombres eran polvo y roca informe. Fue el fin del verbo y el comienzo de la persistencia de las cosas, sin tiempo, ni principio ni final.

14 de abril de 2006

Siete pequeñas tragedias cotidianas

Accidentes que nos hacen vivir plenamente nuestra realidad corporal:

1. Levantarse una uña del pie con un tropezón.
2. Quemarse los dedos tocando una olla caliente.
3. Escocerse los ojos con una gota extraviada al exprimir un limón.
4. Machucarse los dedos con un martillo al clavar un clavo.
5. Pillarse un pliegue de piel con un alicate.
6. Cortarse con el borde de una hoja.
7. Pincharse con una aguja de coser.

13 de abril de 2006

¡Onidex mesma!

Ayer los dos Jorges de la casa se sacaron pasaporte: Jorge el no tan viejo (o el no tan joven, dependiendo del punto de vista) y Jorge el joven (Jorge III según la cronología de la casa de los De Abreu). Lo de la solicitud por internet fue un trámite sencillo; sin embargo, me era imposible dejar de sentir desasosiego por lo que podría ocurrir en la otra realidad.
La cita quedó para ayer miércoles 12 de abril a las 10 de la mañana en Los Ruices. Jorge, el no tan viejo, se presentó, con desasosiego y todo, a eso de las nueve de la mañana en la oficina de la Onidex; el Jorge el joven aún dormía el sueño de los justos. Su condición de inocente infante le servía de excusa. Afortunado él por ser menor de edad y exento de las minucias intrascendentes que ocupan a la gente mayor.
Maravilla de maravillas que asombraron los ojos ancianos del jorge no tan viejo. El proceso fue expedito, los funcionarios amables y la alegría mayúscula de este servidor cuando me encontraba de regreso a casa una hora y media más tarde.
Ya en el auto me pellizqué innumerables veces para asegurarme que no estaba soñando. aparentemente no había sueño de por medio porque pegaba un brinco ante cada pellizco, hasta le eché un parado a mi esposa que también se había entusiasmando con lo de la pellizcadera. Ahora la cita es para dentro de un mes para recoger los benditos libritos.
Espero que las segundas partes sean mejores...

4 de abril de 2006

Solaris

Respondiendo a Milan...
Solaris... Nunca me he topado con ella en un anaquel, ni en librería de precios escandalosos, ni en mesón lleno de bacterias. La fama la precede, pero la imposibilidad de verla en papel la ha dejado para el rumor.
Aunque no he leído Solaris, he tenido la oportunidad de ver las dos adaptaciones fílmicas del libro y creo que deben ser un pobre indicador de su calidad, porque ambas películas no me han gustado. Si por el contrario, las películas son fiel reflejo de la novela de Stanislaw Lem, entonces no me he perdido de mucho.
La primera Solaris, la soviética de Tarkovsky, me pareció espantosamente larga, exageradamente lenta y totalmente aburrida. La escena que recuerdo más, pues tal parece que se quedó engarzada en una sinapsis, para mi desgracia, y que se ha negado en abandonar mi memoria, es aquella del viaje en carro por la megalópolis. Minutos, tras minutos, tras minutos, de autopistas, túneles, ciudad, concreto... minuto tras minuto. Mi memoria, debe estar jugándome una mala pasada porque mientras más lo recuerdo, más larga me parece la escena. A veces me despierto en medio de la noche, sudando y con los ojos desorbitados. Tratando de salir del túnel interminable. Escuchando los bocinazos amplificados entre las paredes curvas. ¡Es una pesadilla!, suelo decir para tranquilizarme, pero me inquieta el olor a gases vehiculares. ¡Combustión interna!, grita otra neurona casi muerta de anoxia. Menos mal que el episodio no se produce todas las noches y que cuando sucede estoy pronto a despertarme. Lo malo es que cuando me siento al volante me vienen esas imágenes de inmensas autopistas sin final y casi convulsiono.
La otra versión, la de Soderbergh la vi hace poco, lo que tenía de lenta la de Tarkovsky, ésta lo tiene de melodramática, con el tocayo Clooney derramando lagrimones. Al menos es corta y el sufrimiento es breve...
No creo que ninguna de las dos películas refleje las ideas de Lem en la novela original; sin embargo, Solaris aún espera por la lectura y mientras tanto el único recuerdo es una larga vía sin final...