18 de junio de 2004

Eternamente

Los días más cálidos no fueron producto de un efecto invernadero. Los más sabios supieron que el final era inevitable y lo vislumbraron aún antes de que fuera certidumbre. Inventaron con su gran arte y conocimiento los complejos ingenios que asegurarían su supervivencia. Sutiles navíos de seda, leves como la brisa. Dormitorios de sueño eterno para la larga travesía. Pilotos inmortales de metal que conducirían con seguridad a la raza hasta su destino a través de estériles distancias de nada. Y partieron de su planeta hogar hacia lejanos destinos que auguraban prosperidad. Lenta, pero masivamente las gentes migraron hacia el espacio, abandonando el mundo moribundo.
Atrás dejaron sus sombras, su genio esculpido en obras inmutables de piedra y acero, cúpulas protectoras que cobijaban conocimientos profundos de la vida y el cosmos. Pasillos interminables llenos de volumenes digitales de historia y arte. Generaciones inscritas en binario, toda la especie, todos sus genes, toda su cultura, sintetizados en el centro de un valle, repositorio de la esencia de toda la especie y sus logros.
Innumerables evos transcurrieron en aquel desolado planeta, inmutable y sin vida. Las cúpulas del legado resistieron impávidas el paso del tiempo sin esperar nada, sin ofrecer nada.

-Misión tierra a misión orbital. Cambio.
-Aquí misión orbital. ¿Estás ya en la ubicación, Rodríguez? Cambio.
-Afirmativo. Estoy en posición, las lecturas son correctas... ¡Oh...!
-¿Rodríguez? ¿Sucedió algo? Por favor, responde. Cambio.
-No pasa nada, misión orbital. Sólo tropecé con unos pedruzcos, casi me rompo la crisma.
-Ve con cuidado, Rodríguez. Mira que Fontana se encuentra con el vehículo a más de tres kilómetros al norte.
-Es curioso, antes de medio matarme, al pisar las piedras, me parecieron unas burbujas petrificadas.
-¿Burbujas petrificadas?
-Sí, pero viéndolo bien sólo es vulgar arenisca. Sólo polvo. Continúo, la temperatura:...

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