Arquímedes estaba absorto en sus cálculos y no sintió la llegada de la soldadesca. Un militar huraño e ignorante pateó la arena sobre la que el sabio dibujaba ángulos y vectores con una pequeña vara de madera.
—¡No fastidies mis círculos! –gritó el anciano enfurecido y de un salto le clavó la estaca en el ojo.
En algún lugar un engranaje del tiempo chirrió y se saltó un diente.
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