9 de marzo de 2005

Una historia de terror

Con este mismo título coloqué la siguiente información en la sección de noticias de UBIK:

"A pesar de su imaginación, el estudiante de bachillerato William Poole fue incapaz de imaginarse que su historia de terror le acarrearía cargos de terrorismo. Poole escribió un relato de terror sobre zombis que atacaban una escuela, la pieza era para una clase de inglés. Tuvo mala suerte por partida doble. Sus abuelos no apreciaron el vuelo literario y se alarmaron con tantos muertos asesinos y llamaron a la policía de Kentucky. Tampoco con ellos Poole tuvo suerte, la policía puede ser muy buena protegiendo y sirviendo, pero son pésimos críticos literarios. A lo mejor a alguno de los detectives el cuento le pareció de mal gusto, se asustaron y arrestaron al muchacho. Eso fue una novedad, un cuento de terror que asusta. Llegado a este punto también Poole estaba asustado, pues lo acusaron de terrorismo y el juez, prudente, elevó la fianza de mil a cinco mil dólares, no fuera que aquel psicótico quedara libre para descuartizar a los niños de primaria con un poema lovecraftiano. Lo triste es que la realidad supera a la ficción y William Poole está detenido por amenaza terrorista en segundo grado. La ley del estado de Kentucky es muy clara: la amenaza no tiene porque ser específica, valga decir: con nombre o apellido, es culpable aquel que amenace con muerte o serio daño físico a personas en una escuela, cualquier escuela, suerte de escuela genérica válida para aplicar al cargo de amenaza terrorista y pagar con cárcel lo que la imaginación no había imaginado".

Hasta ahí la noticia que apareció en UBIK, pero hay muchas preguntas e ideas que quedan colgando. A mí se me ocurren algunas, seguro que pocas comparado con las que se les ocurran a ustedes.
¿Qué clase de abuelos eran esos? No hablan con el nieto cuando se encuentran con el texto sospechoso, sino que se dirigen directamente a la policía. ¿Dónde queda la comunicación familiar? Cosa de gringos...
¿Y la ley? ¿A quién se le ocurre redactar una ley tan ambigua? ¿Y cuál es el sentido común de las autoridades encargadas de interpretarlas? Todo el caso se antoja como una pesadilla kafkiana, donde el protagonista es atrapado por la inexorable inverosimilitud y perece cuando todavía está preguntándose si debió escribir sobre vampiros y no zombis.
¡Increíble!

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