¡Por fin! (música liberadora: Pastoral de Beethoven)
Venciendo la inercia del síndrome del editor, después de tanto tiempo he logrado terminar un relato (fanfarrias). La idea se me coló por intermedio de dos palabras buscadas al azar en el diccionario... déjenme decirles que como método inspirador tiene sus ventajas (al menos para mí).
Las palabras: estival y luminotecnia. En general las palabras tienen la virtud de desencadenar imágenes que se evocan en la mente y esas imágenes son la esencia de las ideas: vemos la idea. En este caso las palabras eran muy luminosas, mucho sol, mucha luz, mucho calor... como una visión de Reverón. Le había dado vuelta a esas dos palabritas y se me había ocurrido la idea de contar algo con humor negro: un niño dejado por sus padres en el medio del desierto y su lenta agonía pensando en los Mac Donalds, los Wendys... pero algo en la historia no me convencía y la imagen del niñito secándose al sol estaba por encima de las demás consideraciones literarias. Una carcasa de cuerpo reseco, cuero curtido y blanqueado al sol, mechones de cabellos desteñidos... La imagen, la idea. De allí a la historia de un soldado muerto negado a desaparecer, símbolo de la guerra y la muerte... Lo escribí en 300 palabras porque eran los requerimientos que me había impuesto con el fin de enviarlo a un concurso dominicano y lo titulé: "El muerto en la colina" (el título
no cuenta en las 300 palabras :-)
Mientras lo concebía y ensamblaba las imágenes recordé el proceso de otro relato nacido de palabras, aunque en aquel caso las palabras fueron cuatro. Sin embargo, ahora no es el momento de contar la historia de "Brabante", quizás en otra ocasión.
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